(1)Los Jesuitas consagraron todos sus afanes al mejoramiento de la provincia: cultivo de maíz y algodón, agricultura, tejidos, cría de ganado, etc. Les enseñaron a los indígenas las artes industriales: carpintería, ebanistería, tornería, cerrajería, herrería, sastrería, zapatería, etc. Multiplicaron las fiestas religiosas e imaginaron una multitud de ceremonias, que al mismo tiempo que los divertían los ligaban más a la Misión. También fundaron escuelas donde les enseñaron a leer y escribir, pero por sobre todo la música. Todos los instrumentos conocidos en Europa fueron fabricados por los indígenas.
Multiplicaron hasta el infinito los empleos administrativos, premiando la buena conducta y la destreza de los obreros. Los cultivos y los trabajos generales se hacían en común. Existían los campos de la Misión y también los de propiedad del indígena, al cual dedican algunos días de la semana.
En cada Misión, había una serie de jefes independientes, nombrados entre los indígenas más expertos en las artes y la industria, que dirigían los trabajos de su especialidad. Todos ellos llevaban el bastón con empuñadura de plata: capitán de pinturas, capitán de carpintería, capitán de rosarios, capitán de herreros, capitán de platería, capitán de cerería, etc. La pérdida del bastón era la peor desgracia que podría ocurrirles.
El resultado al cual llegaron en 50 años fue: i) lograr que un número considerable de hombres pasen de la vida más salvaje a un estado donde me atrevo a colocar por encima de los campesinos de una buena parte de nuestra campaña, ii) las Misiones estaban desde el punto de vista artístico e industrial al mismo nivel y aún por encima de las ciudades españolas del nuevo mundo, iii) habían creado 10 pueblos, en donde se rivalizaba la actividad para el bienestar y el mejoramiento de todos.
Multiplicaron hasta el infinito los empleos administrativos, premiando la buena conducta y la destreza de los obreros. Los cultivos y los trabajos generales se hacían en común. Existían los campos de la Misión y también los de propiedad del indígena, al cual dedican algunos días de la semana.
En cada Misión, había una serie de jefes independientes, nombrados entre los indígenas más expertos en las artes y la industria, que dirigían los trabajos de su especialidad. Todos ellos llevaban el bastón con empuñadura de plata: capitán de pinturas, capitán de carpintería, capitán de rosarios, capitán de herreros, capitán de platería, capitán de cerería, etc. La pérdida del bastón era la peor desgracia que podría ocurrirles.
El resultado al cual llegaron en 50 años fue: i) lograr que un número considerable de hombres pasen de la vida más salvaje a un estado donde me atrevo a colocar por encima de los campesinos de una buena parte de nuestra campaña, ii) las Misiones estaban desde el punto de vista artístico e industrial al mismo nivel y aún por encima de las ciudades españolas del nuevo mundo, iii) habían creado 10 pueblos, en donde se rivalizaba la actividad para el bienestar y el mejoramiento de todos.
Esto no es nada más ni nada menos, en términos modernos que: “competitividad”. Los jesuitas se adelantaron en trescientos años a la teoría de don Michael Porter, y no solo la teorizaron sino que la pusieron en práctica, gestando “la utopía de Dios en la tierra”, en un contexto que ni siquiera al propio Platón con su República o a Tomás Moro con Utopía, se les haya podido ocurrir.
(1) Extractado del libro: “Viaje a la América Meridional. Realizado de 1826 a 1833”. Por Alcides D’Orbigny